viernes, 22 noviembre 2024
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Se celebró la conferencia «Epidemias en el Torrelodones decimonónico»

Nuestro colaborador Fernando Villaverde Martín acudió a la conferencia de Dña. Mª Antonia Criado Lázaro, archivera municipal de Torrelodones, sobre las epidemias que azotaron este municipio en el siglo XIX, en especial, la de viruela de 1886. Resulta interesante conocer cómo se luchaba en aquel entonces contra la enfermedad, y comparar con los protocolos que el coronavirus ha obligado a poner en marcha en nuestros días. Se transcribe a continuación la reseña de Fernando Villaverde:

«Hace unos días, a finales de febrero 2020, se celebró la conferencia Epidemias en el Torrelodones decimonónico” por la ponente Antonia Criado (archivera municipal de Torrelodones), dentro del ciclo de conferencias Historia de Torrelodones. A la misma acudieron entre otras personas, algunos nietos del médico Enrique Fernández Rodrigo, que trato la epidemia de viruela en el año 1886 en Torrelodones.

En Torrelodones en el año 1886 se da el primer caso de viruela en un vecino llamado Remigio y en noviembre de ese mismo año se levanta el aislamiento con la última persona contagiada, Eduvigis Oñoro.

La viruela era una enfermedad causada por el virus variola y se cree que surgió hace más de 10.000 años antes de Cristo, la tasa de mortalidad llego hasta el 30% de los enfermos infectados. En 1973 se dio el último caso de viruela conocido en el mundo, fue el de una niña en Bangladesh.

En España en el año 1887 las estadísticas decían que por causa de la viruela en seis meses murieron 349 enfermos, de los fallecidos había más mujeres que hombres, puesto que ellas eran las encargadas de cuidar la casa y a los niños en esas fechas.

 

Vacuna de la viruela

Aunque al hablar del descubrimiento de la vacuna de la viruela se cita como descubridor en 1796 a Edward Jenner, años antes, en 1717 la mujer del embajador de Gran Bretaña en Estambul, Mary Wortley Montagu, se dio cuenta que la antigua medicina tradicional de allí era efectiva, y a los niños recién nacidos les hacían una heridita en la piel y les inoculaban un poco de pus de un infectado, y se salvaban. Ella lo hizo con su bebé y se salvó.

A través de la Gaceta de Madrid (el Boletín Oficial del Estado de aquellos años) se informaba a diario de todas las epidemias y se publicaban las normas para combatirlas.

En Torrelodones —como en todos los ayuntamientos— había una Junta de Sanidad que estaba presidida por el alcalde del pueblo, y de la que también formaban parte el párroco, el médico, y algún concejal. Eran los que dictaban las normas en caso de epidemia, siempre siguiendo las instrucciones de la Gaceta de Madrid. Todo esto era de obligado cumplimiento y había que mandar estadísticas diarias al Gobernador de Madrid informando de las invasiones (contagios), defunciones y de las personas vacunadas.

A finales del siglo XIX, en España hubo varios brotes fuertes de cólera, de sarampión, y de viruela; así como varias plagas de langostas que eran frecuentes casi todos los años.

La Junta de Sanidad decretaba una serie de normas para intentar atajar las epidemias, tales como:

  • Limpieza diaria de calles, alcantarillas, cuadras y muladares.
  • A los enfermos se los cuidaba en cada casa por sus familiares, pero para los que no tenían ningún familiar se habilitó una casa en la calle Real.
  • El aislamiento era de 40 días (cuarentena), se cerraba la casa a cal y canto, no se podía ir a la escuela, no se podía ni entrar ni salir del pueblo.
  • La desinfección se hacía en Torrelodones con agua de cloro (lejía) y también enrareciendo el aire de las habitaciones con fuego.
  • De los alimentos se encargaba una persona que los llevaba hasta el límite de la propiedad aunque el médico podía entrar.
  • Los desechos tanto humanos como de animales se tenían que recoger diariamente antes de las 9 de la mañana que era cuando pasaba un carro para la recogida. Etc.

Los ayuntamientos tenían que tener un presupuesto extraordinario para las medicinas, para los enterramientos, para las brigadas de desinfección; aunque la Junta de Sanidad también les suministraba botiquines y medicinas.

En Torrelodones se cogieron los 400 reales del arrendamiento del prado de la Villa, aunque este dinero estaba destinado a comprar los hachones (velas, cirios) de Semana Santa, este dinero les había sobrado, lo utilizaron sobre todo para comprar desinfectantes o cualquier otra cosa que se necesitara.

Se ordenaba vacunar y revacunar a la población, aunque muchas veces no lo hacían, porque había periódicos que decían que el estado ganaba mucho dinero con las vacunas, que asustaba a la gente con las noticias, y que no había ninguna epidemia; y también porque algunos párrocos de Madrid, que desde sus púlpitos contaban a sus feligreses que no se preocuparan, porque las epidemias solo estaban en los estados impíos, se referían a Francia por la Revolución Francesa y a Italia por su nacionalismo y la reunificación de los estados pontificios se quedaron reducidos al Vaticano.

 

El Doctor Enrique Fernández Rodrigo y la viruela en Torrelodones en el año 1886

El 28 de mayo de 1885 solicita la plaza de médico de Torrelodones como cirujano, frenopático, también tenía la asignatura de farmacia “Análisis clínico”, se acababa de sacar el título, aunque era muy joven, era muy eficiente. La instancia estaba acompañaba por la recomendación del Gobernador de Madrid Raimundo Fernández Villaverde.

En Abril de 1886 se da el primer caso de un vecino llamado Remigio del cual no hay más datos, posteriormente a Dionisio González se le muere un niño y luego se contagian tres niños más.

El 27 agosto otro contagiado: Benito Rubio. Se manda aislar su casa, y las ropas antes de ser lavadas, tenían que ser hervidas.

El 1 de septiembre muere un niño que se llamaba Francisco Oñoro, se prohíbe la costumbre de acompañar al cadáver de cuerpo presente por otros niños, hasta el cementerio donde se introducía el cuerpo en el féretro.

El 4 de septiembre vienen a Torrelodones varios infectados desde Madrid y son acogidos en la casa de un familiar que ya tiene la viruela.

El 12 de septiembre aparece otro enfermo con viruela, Juan Rubio.

El 28 noviembre 1886 el último caso fue Eduvigis Oñoro se levanta el aislamiento, y el medico tiene que hacer el informe a la Junta de Sanidad.

Al médico Enrique Fernández Rodrigo se le abre un expediente y se ve que tiene unos grandes méritos para darle una recompensa, se pone a Manuel López Cano un vecino como fiscal y se recibe a todo el que quiera hablar sobre el médico para contar los pros o los contras, en este caso las declaraciones fueron a favor del doctor. Según los vecinos, no se separaba de la cabecera del paciente, e incluso hacía de mandadero llevando las comidas, los lavaba, los metía en la caja después de muertos, los llevaba al carro, los bajaba al sepulcro. Cuando se cierra el expediente favorable se dice que hay que hacerle una distinción honorifica y una gratificación de no menos de 1.000 pesetas.

 

Cementerios en Torrelodones.

Según las leyes vigentes, los cementerios tenían que estar fuera de las poblaciones por eso en 1820 se intenta hacer un cementerio en Las Esperillas, aunque no se llevó a cabo.

Más tarde, ese mismo 1820, se hace el Campo Santo en los Ángeles. Los restos de este cementerio (una puerta de piedra y una lápida) hoy se encuentran en lo alto de la calle José Sánchez Rubio, en la losa hay una inscripción de 1850 de Juana Rubio, en los padrones que hay en el archivo de los años de 1848, y de 1849 y no aparece nadie con ese nombre, seguramente era un bebe cuando murió en 1850 por eso no aparece en los anteriores registros.

En 1901 el dueño de los terrenos del cementerio, propone al Ayuntamiento hacer un cementerio Civil nuevo, a cambio de que se le reconociera bajo escritura un camino desde su finca hasta el camino de Hoyo de Manzanares, pero no se llevó a cabo.

Fue en 1913 cuando se inaugura el actual, el párroco llevaba tiempo quejándose y diciendo que el cementerio ya no admitía más sepulturas y que además estaba en un estado lamentable».

 

(Texto y fotografías: Fernando Villaverde Martin)

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