El pasado 11 de marzo 2014 se cumplieron 10 años de los atentados que se cobraron la vida de 192 personas y condicionaron el futuro de varios miles. El décimo aniversario del trágico suceso fue recordado con actos oficiales en casi todas las localidades de España, incluso en Torrelodones, Galapagar y otras poblaciones de nuestro entorno. Actos breves en recuerdo de las víctimas, en algunos casos sentidos y en otros obligados. Ese día, poco después de las 18h, comenzaba el Pleno del Ayuntamiento de Torrelodones con un interminable minuto de silencio, como homenaje a tantas vidas trucadas.
A las 20h, como lo vienen haciendo cada día 11 desde hace 89 meses, los Peones Negros de Torrelodones se reunían en la Plaza de la Constitución para recordar y continuar reivindicando su derecho a «saber qué pasó» realmente ese 11 de marzo de 2004. Ellos continúan queriendo saber «quiénes ha sido» los responsables.
Los gobernantes, y casi todos los demás, han dado «carpetazo» al asunto. Ellos, los Peones, no se tragan la versión oficial. Tienen muchas dudas y pretenden que se aclaren. El tiempo, cómplice del olvido, ha hecho su trabajo. De los 55 grupos de Peones Negros que se reunían todos los días 11 de mes en diferentes ciudades, solo quedan cuatro. Uno de ellos, el de Torrelodones, que tras 89 meses continúa reuniéndose cada día 11, para recordar y exigir «la verdad». En este 10º aniversario, se reunieron como es habitual. Realizaron un acto, compraron flores como todos los meses y al terminar, las dejaron junto a la placa en homenaje a las víctimas que hay al frente del Ayuntamiento. Durante el acto, se leyó el siguiente texto.
Ni olvido ni perdono
Es, ya, el décimo aniversario.
Diez largos años desde que en aquella mañana nos sacudió a todos una cadena de explosiones en cuatro trenes de Cercanías que, por la vía del Henares, transportaban a seres humanos inocentes, que se disponían a acudir a su trabajo, a sus estudios.
Pasó, ya, la hora de hacer el balance político que devino de aquel luctuoso suceso.
Las consecuencias, las convulsiones, que aquel meticuloso plan terrorista había conseguido al modificar el sentido del voto de millones de ciudadanos.
Y, por desgracia, para millones de ciudadanos pasó, ya, también, el tiempo del recuerdo a 192 personas que murieron sin saber por qué.
Lamentablemente solo los que resultaron heridos, casi dos mil, seguirán teniendo el recuerdo presente, casi a diario, de las secuelas que le dejó la explosión que le afectó.
Esos casi dos mil ciudadanos y el resto de los ciudadanos que viajando en el tren o esperando en los andenes de las estaciones, comprobaron con sus sentidos, la acción canallesca que se estaba perpetrando.
Cuando en algún medio de comunicación se pregunta al ciudadano respecto a si se conoce o no todo lo relativo al 11 M., más de la mitad de ellos contentas claramente que NO SE CONOCE TODA LA VERDAD.
Cabría preguntarse, entonces, ¿han olvidado ya?, ¿han perdonado ya?
Desde luego, ni hemos olvidado, ni hemos perdonado.
Son, ya, ochenta y nueve meses los que han pasado desde que un grupo de ciudadanos comenzó a clamar y sigue clamando por la exigencia de la verdad, cada día 11 de cada mes.
Son, representan, el último bastión contra el olvido, contra el perdón.
No es que tengamos más o menos caridad cristiana, o más o menos tragaderas.
Es que este crimen NO SE PUEDE PERDONAR, NI SE PUEDE OLVIDAR.
Pero, ¿cómo acabo de decir que millones de ciudadanos han olvidado y/o perdonado y ahora digo lo contrario?
Nuestra sociedad actual no se distingue, precisamente, por su formación.
Y está muy atenta a anteponer cualquier comodidad a cualquiera de los principios y valores que como persona debería tener innata a su misma existencia.
Estamos en una época en la que casi nadie quiere problemas y los deja para que los resuelvan los demás. Es una cruda realidad.
Por esas circunstancias, hace muchos años que los ciudadanos pasaron página.
Y solamente, en fechas señaladas, pueden evocar un recuerdo sobre el luctuoso atentado del 11 de marzo de 2004. Pero sin que pase de ser, en la inmensa mayoría de los casos, un fugaz recuerdo.
Al margen de esa oprobiosa realidad, está la otra, no menos real.
Un crimen como el ocurrido el 11 de marzo, no se puede olvidar, ni se puede perdonar.
Por miles de circunstancias y por encima de todas ellas porque se cobraron la vida de 192 inocentes, porque dinamitaron el estado de derecho, porque dividieron y enfrentaron, ya definitivamente, a media población contra la otra mitad.
Porque acabaron con la supuesta dignidad de los ciudadanos españoles.
Por eso ni olvidamos ni perdonamos.
Y porque ni olvidamos, ni perdonamos, recordamos tantas cosas del atentado y de sus posteriores consecuencias.
Es imposible perdonar por encima de todo, por la muerte de los ciudadanos, y, también, es imposible olvidar el enorme escándalo que, tras las explosiones, y también como ellas, se produjo al constatar la respuesta de los políticos, nuestros políticos, si, esos que se enriquecen con nuestros impuestos, y la respuesta de nuestro sistema democrático.
La gran farsa que se escondía tras las Instituciones fundamentales de España, saltó por los aires, al igual que lo hicieron los trenes y los cuerpos de 192 personas.
El engaño de una transición que se exhibía como modélica, se mostró, con toda desnudez, a nuestros ojos.
No es cierto que en esa transición el odio mutuo, el enfrentamiento, hubiesen dado paso a una convivencia pacífica. No es verdad.
Otra cosa es que ese odio estuviese agazapado esperando su momento.
Apagándose el ruido de las explosiones y el ruido de las ambulancias que recogían a los últimos heridos, y cuando el ciudadano hacía largas colas ante los punto de donación de sangre, despertaba el clamor de la indignidad.
La izquierda olía poder. Olió la sangre de su adversario. Un par de horas montó un espectáculo merecedor de un gran premio, ¿a la espontaneidad?, no, no lo creo.
Así, con el apoyo del Grupo PRISA, martilleó incansablemente a los ciudadanos, creando la confusión, la desconfianza, el miedo.
Todo para cambiar el resultado de unas elecciones generales que estaban convocadas para el siguiente día 14. No había tiempo que perder.
No se aceptó una suspensión de las elecciones. Era el ahora o nunca.
Y mientras nos avergonzamos de la lentitud con la que la Policía y la Justicia concluyen investigaciones de delitos, en los que se consumen meses y años, en ese brutal atentado, la solución debía estar ya encima de la mesa.
En escasa media docena de horas, desde la última explosión, la ominosa cadena SER proclamaba unas supuestas e inventadas mentiras del gobierno, para que sus hermanos del PSOE ganarán las elecciones.
Por eso ni olvido ni perdono, porque lo que no puedo perdonar, ni olvidar, es ese comportamiento. Esa utilización de los cadáveres.
Ese juego con los sentimientos de los ciudadanos, y, por encima de todo, que tras ello nos mostraron, al resto del mundo, como un pueblo sin dignidad.
Luego, con el transcurso de los meses, alcanzados los objetivos políticos por esa izquierda carente de sentimientos, de formación y que, obviamente, tampoco posee escrúpulos,
La Justicia se elevó como esa piedra necesaria para cerrar el atentado. El mayor de la Historia de España.
Fue, es, un gran escándalo que unos señores Magistrados del Tribunal Supremo no solo archivaran una querella del Sindicato Manos Limpias, contra los responsables de la apresurada destrucción de las pruebas procedentes de los trenes, sino el enorme descaro de ordenar que se instruyera una causa contra los denunciantes.
Clamorosa decisión, que obviamente se tuvo que archivar.
Unos Magistrados quieren que se abra una causa criminal contra quienes denuncian la “comisión de un delito”. Es todo un ejemplo del talante y de la independencia judicial que existe en España.
Fue el inicio del camino que seguiría tanto el sumario como la celebración de la vista oral del juicio y las sentencias de la Audiencia y del Supremo, ahora en un ejercicio más adecuado con su responsabilidad.
La exposición somera de las “irregularidades” observadas en la instrucción del sumario agotaría este artículo.
Los que fueron obligados a suicidarse en Leganés, el Geo Torronteras, el ácido bórico, las mochilas que aparecían donde no debían, el terrorista suicida, la destrucción de todo tipo de restos, evitar que la Policía científica pudiese analizar los explosivos y muchas más.
Fuimos, otra vez, el macabro ejemplo para el resto del mundo occidental. Mostramos, de nuevo, en nuestra desnudez, nuestras absolutas carencias democráticas.
Pero, con lo ser grave, no fue lo único.
Se hizo todo lo posible por acallar las voces de protesta contra quienes no se doblegaban al poder establecido y a la infumable versión oficial.
Quienes discrepaban eran, son, unos conspiranóicos. Incluso, nuestro movimiento también fue dinamitado. Y de una presencia en más de 55 ciudades de España, hemos quedado, Madrid, Valencia, Barcelona, Vigo y Torrelodones.
Ha sido demasiado violento todo, ha sido un absoluto atropello.
Hoy, otra vez más, en algún que otro acto oficial, caras serias, trajes oscuros y corbatas negras de quienes NO HAN querido que se conozca la verdad, y unas piezas de música elegidas para conmemorar esa fecha,
Para muestra de la indignidad de nuestras instituciones, siendo el día 11 de marzo el elegido por la Unión Europea para la “Lucha contra el Terrorismo”, NO lo es en España.
Que enorme vergüenza y todo para que el 11 de marzo sea olvidado.
Todo para dejar constancia de que la farsa se sigue exhibiendo. Porque estos actos ocultan cualquier posibilidad de la exigencia de una adecuada investigación.
¿Y las víctimas?, divididas en varias asociaciones se suman al recuerdo oficial.
No, no se puede olvidar lo inolvidable.
No, no se puede perdonar lo imperdonable.
Comprenderéis que no puedo ni debo, ni olvidar ni perdonar.
Podría haber muerto el geo de un disparo en la cabeza?
el hecho de darle con un pico en la cabeza después de profanar la tumba y quemar el cadaver podría haber sido para disimular un agujero en el craneo producto de un disparo(fuego amigo?)…………