Urosa es de por sí un apellido vinculado a Torrelodones. Y Don Pablo no sólo es de los pocos de su generación nacido en Torrelodones, sino que por sus clases en el Colegio San Ignacio han pasado cientos y cientos de torresanos a lo largo de prácticamente cuatro décadas.
Don Pablo se despidió al final de este curso 2010/11 de su labor como docente en el Colegio San Ignacio de Loyola de Torrelodones. Conversar con él es especialmente interesante, pues no sólo involucra su intensa vida y la historia del colegio, sino que nos acerca la historia reciente de nuestro municipio y sus gentes.
La saga de los Urosa en el pueblo viene de lejos. El abuelo de D. Pablo fue Alcalde de Torrelodones de 1888 a 1894. Seguramente gobernó cuando había unos pocos cientos de habitantes, pues casi un cuarto de siglo después, en 1920, sólo había censados 670 habitantes en el municipio. Su abuelo murió cuando el padre de D. Pablo tenía apenas cuatro años. Años después, el padre de D. Pablo se convertiría en el cartero de la Colonia. Podemos ver rastros de los Urosa en las lápidas de la Iglesia del Carmen que recuerdan fallecidos durante la Guerra Civil. Hay allí tres inscripciones con ese apellido. «Seguramente primos de mi padre», consideró D. Pablo. En el pueblo, una calle también lleva ese apellido.
Don Pablo Urosa Martínez vio la luz por primera vez en su casa de Torrelodones, con la asistencia de una «comadrona», allá por el 15 de enero del 46, mientras caía una copiosa nevada sobre las pocas y dispersas casas de la colonia. Los recuerdos de aquel Torrelodones de escasos mil habitantes, comienzan a despuntar en este maestro con dotes actorales y constantes destellos filosóficos: «Aurora, que tiene que ver con el amanecer y la luz, era el nombre de esa comadrona», dice sonriendo, al destacar la simbología.
Como Don Pablo, María Jesús —su mujer— nació en casa. Lo hizo unos meses después, y muy posiblemente también con la intervención de Aurora. María Jesús Domingo Mur respiró por vez primera el aire serrano en una típica casa torresana de piedra. La misma donde hoy corretean sus nietos mientras entrevistamos a D. Pablo, a quien hemos apartado momentáneamente de sus tareas de abuelo. Podemos imaginar esta casa entonces, con encinas y jaras por doquier, sobre el Bulevar todavía de tierra.
Le preguntamos en qué año comenzó su labor en el Colegio San Ignacio, y aunque es notorio que ráfagas de recuerdos comienzan a agolparse en la mente y el corazón del emblemático maestro torresano —acostumbrado a organizar—, ordena su relato:
«Entré en 1972, pero el colegio había sido fundado en 1964». En el año 64 «yo estudiaba el preuniversitario», comenta. Fue en esa época cuando Don José Ramón Fernández-Baldor, el Párroco, vio la necesidad de que los jóvenes de Torrelodones pudieran continuar sus estudios aquí.
Hasta entonces, solamente existían en la colonia las Escuelas Vergara, en las que se impartían clases de primaria. Estas escuelas funcionaron hasta que se creó el Colegio Los Ángeles, hacia el año 82. En el pueblo también había una escuela primaria, donde ahora está la biblioteca municipal, nos explicó.
Pero en Torrelodones no te preparaban para el bachillerato. Los que querían continuar estudiando debían irse, o si querían hacerlo aquí, tenían que estudiar con profesores particulares. «A María Jesús y a mi, nos daba clases Doña Vitalina», recordó. Don Pablo se preparaba en Torrelodones, y luego se examinaba «libre» en el Cardenal Cisneros y el Ramiro de Maeztu.
«Pensando en ti y otros como tú que se tenían que ir a estudiar fuera» le dijo en una oportunidad D. José Ramón a D. Pablo, fue que decidió iniciar el colegio, para dar clases en principio, de «bachillerato elemental y reválida».
Los inicios del Colegio San Ignacio fueron austeros. «El colegio se instaló en donde está ahora el Salón Parroquial. Nació el colegio y la Parroquia se quedó sin salón. Con tabiques de madera se dividió el salón para hacer tres aulas, y una cuarta aula, donde ahora se reúnen los jóvenes», recuerda D. Pablo.
Los inicios no sólo fueron austeros, sino que el camino no estuvo libre de espinas. Costó mucho sacrificio y dolores de cabeza sobre todo a D. José Ramón que incluso se vio envuelto en un juicio en su contra. Por abreviar, no ahondaremos en esos detalles.
Posteriormente se amplió y se hicieron otras 7 u 8 aulas, en el lateral de la Iglesia, en el lugar que ahora ocupa la Capilla y donde actualmente se imparten las catequesis. Además, en la zona de detrás, donde está ahora Cáritas, «se puso un prefabricado de madera, que ocupaban la Secretaría, Dirección y la Biblioteca». Esa misma construcción de madera, más tarde se desmontó y se trasladó al terreno de enfrente, donde está el colegio actual y donde estuvo el cuartel de la Guardia Civil. Allí, se hizo ya de ladrillos, la construcción. «Sobre un aljibe que había —y sigue estando— se hizo el gimnasio», nos cuenta, sonriendo al recordar. Al ver nuestra sorpresa, nos explicó que un «aljibe» era un depósito de cemento donde se almacenaba agua de lluvia. Nos contó también que los vecinos iban a su casa «a coger agua de lluvia del aljibe, que era muy fina para beber y cocer los garbanzos». Lógicamente, en Torrelodones no había agua corriente potabilizada en aquellos años.
¿Cuánta gente vivía en Torrelodones en ese entonces?, le preguntamos. «En invierno no éramos ni dos mil personas, entre el pueblo y la colonia», respondió. En la colonia durante el invierno apenas estaban «los guardas de las fincas, algún empleado de RENFE, los que tenían un comercio, mi padre que era cartero y algún funcionario. Yo repartía periódicos», especifica. «Antes nos conocíamos todos», recuerda.
Corría el año 1972, cuando unos meses después de hacer el servicio militar en Ceuta, D. Pablo entró a trabajar en el San Ignacio. Hubo que crear la EGB. En ese momento, el Colegio tenía ya hasta 6º de Bachillerato. Puesto que en los locales del colegio no cabía la EGB, el promotor de Parquelagos, Fernando Pérez Mínguez, le ofreció a D. José Ramón hacer unas aulas prefabricadas para alojarla allí. De ésta manera, la EGB del San Ignacio estuvo funcionando en Parquelagos durante algún tiempo. Luego hubo que trasladarla, porque la concesión de la EGB al Colegio la habían hecho en Torrelodones, y la Inspección dijo que no podía estar allí, porque aquello pertenecía a Galapagar. Esto obligó a traer la EGB a la Colonia y enviar el Bachillerato a Parquelagos.
Así comenzó D. Pablo a impartir clase por las tardes en el Bachillerato de Parquelagos. Por la mañana, daba clases en un colegio de Madrid. En el San Ignacio «daba Historia del Arte, Religión y Formación del Espíritu Nacional», recuerda sonriendo. Eso ocurría durante el curso 72/73. En el 73 se casó y dejó el colegio de Madrid, para comenzar a dar clases tanto en Bachillerato como en EGB, en el mismo colegio donde continuó impartiéndolas hasta junio de éste año.
Don Pablo estudió Filosofía y Letras en la Universidad Complutense y fue de los primeros universitarios de Torrelodones. «Cuando yo empecé no existía la Autónoma, ni Alcalá de Henares, ni universidades privadas, ni nada…». «Fuimos los primeros universitarios de la colonia; éramos tres», recuerda. «José Luis Mingo, Mary —hermana de Antoñita— y yo», puntualiza. En el pueblo había algunos otros. Cuenta que algunas veces iban a la universidad en el coche de D. José Ramón —que había empezado a estudiar Derecho— y los llevaba a él y a Mario Mingo, que estaba estudiando medicina.
Cuando comenzó a regir la Ley General de Educación de 1970 que instituía el BUP, por varios motivos él prefirió quedarse en EGB, y estuvo dando clases solamente en la Segunda Etapa (6º, 7º y 8º). La directora de EGB, con la que tenía gran afinidad, era Consuelo. Durante los diez años que estuvo de directora «el colegio alcanzó un nivel muy bueno», recuerda.
El final de la dictadura y los albores de la democracia, no fueron fáciles para el Colegio. En el año 76 hubo que cerrar el Bachillerato de Parquelagos, por diversas causas. En ese lugar, más tarde se erigió el Colegio Parque.
Además de haber impartido siempre clases, Don Pablo tuvo una etapa de Director del San Ignacio. A petición de D. José Ramón, dirigió el colegio desde el año 1982 hasta el año 1989. Aceptó el cargo, pero «con la condición de seguir dando clases», que es lo que siempre le ha gustado. Ya en esos años, comienza a gestarse la idea de construir el nuevo edificio del colegio (el que ahora está junto a la parroquia). Y aún después de dejar la dirección, D. Pablo continuó muy involucrado en la obra, hasta que en el año 1994, se pudo estrenar, después de numerosos avatares que incluyeron entre otros imprevistos la quiebra de la primera constructora.
¿Siempre tuvo la vocación de enseñar o llegó por casualidad?, quisimos saber. «Siempre me gustó transmitir conocimientos y ayudar a los demás a descubrir lo que muchas veces no han descubierto porque no se han puesto a pensar en ello». Pero para nuestra sorpresa, dijo que también le hubiera gustado ser Director de Orquesta, aunque no sabe música, y que le había atraído ser Director de Cine.
Don Pablo atesora en su memoria las visitas escolares que realizó. «He recorrido España con los alumnos», se emociona al recordar. «Andalucía, Extremadura, Mallorca, Galicia…», evoca. En este punto recordó un accidentado viaje, que ahora en la distancia resulta gracioso. En uno de los viajes a Andalucía, se intoxicaron los niños. «Estábamos en el parque María Luisa de Sevilla, dando una vuelta en un coche de caballos, cuando los niños comenzaron a devolver». Después de llegar al hotel, los niños siguieron devolviendo y además tenían fiebre alta. «Fue el primer viaje en el que estuvo María Luisa, en el año 82». No saben qué fue, si el agua de una fuente de la Alhambra, o algún alimento. Recuerda que a los 12 ó 14 que se pusieron malos, estuvieron María Luisa y él, al pié de la Giralda, dándoles cucharadas de «Primperán» para que no devolvieran en el autobús.
Las obras de teatro que realizó con sus alumnos, son un entrañable recuerdo que tiene. «La primera obra la hicimos en el cine La Gardenia… que ya no existe. Trajimos los bancos de la Iglesia y montamos el escenario en el cine», recuerda. La Navidad pasada, como sabía que sería la última vez que haría una obra siendo profesor del colegio, volvió a repetir aquella primera. Así es como, tanto la primera como la última obra de teatro de Don Pablo con el colegio, fue «El Auto de los Reyes Magos». Hace poco se encontró con el alumno que hizo de «Herodes» en aquella primera obra —ya con hijos que han sido alumnos del Colegio y quizás nietos—, y al igual que el profesor, el ya añoso alumno recordaba perfectamente aquella representación.
Este último comentario, le trajo a la memoria el entrañable cine La Gardenia. «Era mi Cinema Paradiso», comentó este gran aficionado al cine. «Había tres filas de butacas y luego sillas. Las butacas costaban 10 pesetas y las sillas, 7», le divierte recordar. Había un descanso en mitad de la película —para cambiar el rollo— y la gente aprovechaba a comprar una bolsa de patatas fritas que costaba 2 pesetas, nos cuenta.
El colegio San Ignacio continuó evolucionando. Ya siendo titular D. Gabriel García Serrano, impulsó el proyectó del moderno edificio que está en la calle Arroyo Viales, frente al Centro Comercial Espacio. También aquí ha tenido un papel destacado D. Pablo, pues forma parte del grupo promotor de la obra nueva. El pasado día 21 de julio, fue recepcionada la segunda fase de la obra y allí estuvo —por supuesto—D. Pablo, igual que en la Primera Eucaristía que se celebró en su capilla, con los chicos de la Comunidad del Cenáculo acogidos en el colegio durante la JMJ.
Entre los actuales profesores del colegio hay cuatro que fueron alumnos suyos: Mª Ángeles, Maríapi (que fue una de las intoxicadas en el viaje comentado), María y su hija Rocío. Además, las dos encargadas de Secretaría, Mª Encarna e Irene, también han sido alumnas suyas.
¿Le quedó algo en el tintero?, le preguntamos, y nos respondió que le hubiera gustado reunir a los antiguos alumnos. «Es una asignatura pendiente que tengo», dijo. «Me gustaría aprovechar esta oportunidad para decir a todos mis alumnos que lean estas líneas que mi vida habría sido muy distinta sin ellos, que me siento orgulloso cuando los veo convertidos en padres y madres de familia y en personas maduras y responsables que sirven a la sociedad desde las más diversas profesiones, ya sean panaderos, abogados, cerrajeros, médicos, periodistas, carniceros, arquitectos, electricistas, economistas, carpinteros, pilotos de avión, conductores de autobús, profesores, albañiles, mecánicos, ingenieros… Como les he dicho muchas veces todos somos necesarios». «Quiero que sepan que me tienen a su disposición para lo que necesiten. Muchos saben dónde vivo y si no lo saben me pueden buscar a través del colegio», agregó.
Este profesor de raza, se siente orgulloso también de haber dado clase a tres alumnos invidentes. Cuando nadie admitía en los colegios alumnos ciegos —no como ahora que hay aulas de apoyo y de enlace—, el San Ignacio los admitió. «He tenido tres que fueron alumnos ejemplares: Ignacio, Iván y David». Don Pablo no sabía braille, pero se las ingeniaba para corregirles la ortografía. Les preguntaba «¿cómo has escrito esa palabra, con B o con V?, ¿con o sin H?», cuenta. Muchas veces iban a su casa para que pudiera corregirles el examen «porque en el colegio no tenía tiempo de atenderles tranquilamente», recuerda. Uno de ellos, Iván Argote, fue «Premio Extraordinario» de Bachillerato.
¿Va a continuar vinculado al Colegio? «Si, voy a seguir colaborando y ayudando, porque me considero una piedra viva del Colegio y como he dicho algunas veces, en mi vida hay tres cosas que son fundamentales: Dios, mi familia y el colegio. Por ese orden. Tengo que seguir porque la aventura es muy grande. Falta aún la tercera fase», dice con convicción.
¿Volverá al teatro?, le preguntamos. Y la respuesta fue un rotundo «Sí». Aunque nos comentó que no es fácil encontrar chicos y chicas «que estén dispuestos a sacrificar tiempo de ocio para los ensayos». Don Pablo y María Jesús tienen cinco hijos: Rocío, Cristina, Paula, Jesús y Javier, y en “La verdadera y singular historia de la Princesa y el Dragón”, actuaron los cinco. También tienen tres nietos, que mientras entrevistamos a su abuelo, disfrutan de la piscina bajo la supervisión de su abuela, María Jesús. El teatro le apasiona y se nota a simple vista. Recuerda sus intervenciones teatrales como extra en el María Guerrero y también en cinco o seis programas de televisión con Manuel Dicenta en Academia televisión, cuando corría 1963. El primer programa fue precisamente el 22 de Noviembre, el día que asesinaron a John F. Kennedy. Que el joven Pablo había ido a la televisión, era en esos días «el comentario de todo el pueblo».
Con la seguridad de que seguiremos viendo muy activo a este profesor «más romántico e idealista que racionalista», como él mismo se define, nos despedimos con la satisfacción de haber conocido más a fondo a una auténtica personalidad de nuestro pueblo.
Seguramente cuando Don Pablo escriba sus memorias —otro de los proyectos que tiene para esta nueva etapa de su vida—, disfrutaremos de interesantísimas historias de Torrelodones, que conoce de primera mano y relata de forma tan amena, con sus más pintorescos detalles.